En un carrusel con vistas a la playa, una niña se queda mirando las luces,
los adornos que engalanan la atracción y las risas de los demás.
Nunca le vio la gracia a girar sin dirección pero una vez lo probó.
Giró, giró y giró...fue poco tiempo, pero para ella fue eterno,
se mareó, rió, lloró, ... todo fueron recuerdos imborrables
en la inmensidad y eternidad de un instante.
No pidió volver a montarse, en su desde entonces favorita,
tazita de café, rota, sin guirnaldas de luz, y con la puerta difícil de abrir.
Se fue sin mirar atrás, sabiendo que pronto volvería...
Regresó, tiempo después, con su moneda de ilusión,
y sus ganas de rendir cuentas con su sonrisa, pero...
el carrusel se había ido...
sólo quedaba la marca en el suelo de haber estado allí,
pero alguien que no lo hubiera visto, no sabría qué era aquella señal.
Y la niña se dedicó a dar vueltas sobre si misma
vueltas y vueltas y vueltas....pero no era lo mismo.
Su carrusel no estaba, y no tenía posibilidad de saber si volvería.
Cada vez que bajaba al paseo marítimo, buscaba esa señal en el suelo
que ya sólo ella veía...
Ahora, ya tan vieja y roída por las noches, sólo le quedan los libros de su habitación
y los ruidos de los niños del vecino que le resuenan en los oídos
como los raíles de un carrusel que por muy rápido que vayan,
vuelven al mismo sitio donde comenzaron.
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